Habrá que hacer un hueco para las nuevas canciones. Reorganizar el disco duro, y la estantería. Afinar el oído, buscar un buen cojín donde recostar el cuerpo y dejar que nuevas melodías inunden la casa.
Habrá que buscar sitio también para los nuevos libros. Para las nuevas historias. Para las anécdotas increíbles que ocurrieron alguna vez y que andaban por ahí, sueltas, flotando en el aire, esperando que nuestros ojos se posaran en la página impresa para materializar la realidad de la que un día fueron testigos y que no se pierda. Para todo el conocimiento que cambie nuestra estructura cortical y nos ayude a manejarnos mejor, dentro de lo que cabe, si es que cabe.
Habrá que estar receptivo para las nuevas ideas. Afinar los argumentos, por si nos toca colocarnos en frente y defender una postura, aunque no estemos ni siquiera convencidos de querer estar en esa posición. Definir un poco más esas imprecisiones que nunca nos importaron mucho y que a veces son el puente para acercarnos a los que llaman a la puerta buscando una flor, y a veces, por esa misma ambigüedad, nos alejan del todo, dejándonos incapacitados para disfrutar un nuevo aroma. Ponernos al día con la literatura, con la filosofía, con el arte, aunque en realidad lo único que nos importe sea ese brillo chispeante de los recién estrenados ojos que, de repente, han aparecido en la alacena y nos están observando.
Habrá que arreglarse el pelo, darse color en las mejillas, tapar las ojeras, estrenar zapatos y vestirnos de gala, que los que se acerquen sientan que estamos preparados, que de alguna manera estábamos esperando la visita. Y dar un aire cotidiano de bienvenida, sin mucha efusividad, porque vienen para quedarse, y la efusividad inicial a veces incomoda y asusta.
Y habrá que sacar el mejor mantel, poner nuestra mejor mesa y preparar comida para celebrar un festín. Y dejar que el chocolate, que siempre alegra las veladas, se derrita hasta ser irresistible. Y preparar los mejores cafés para mantener los párpados en guardia mientras las risas y la ternura estén fluyendo.
Habrá que estar preparado. En todos los sentidos. Limpiarnos del pasado, de los viejos conceptos, de las viejas heridas y aceptar el aviso de las cicatrices que molestan cuando va a cambiar el tiempo. Olvidar que hubo quien llegó a casa y como Atila, dejó todo destrozado a su paso. Olvidar los engaños, las batallas, la traición.Olvidar si se puede, al ladrón de sueños, que nos trajo la crueldad ajena del telediario al salón de casa y rasgó nuestro corazón con uñas de acero afiladas. Y nunca nos devolvió la esperanza arrebatada.
Si, habrá que darse un baño de olvido, para no arrastrar en la piel la costra del dolor que nos quiso envejecer.
Y que lo nuevo, lo que puede salvarnos, lo que puede vendernos el futuro a cambio de nuestra confianza, pueda instalarse definitivamente.
Y regalarnos una canción.